De la A hasta ‘Zythum’: un diccionario de latín en 125 años (y los que faltan)
Investigadores en Alemania trabajan en el Thesaurus Linguae Latinae desde la década de 1890. Esperan terminar en 2050, aunque podrían estar pecando de optimistas.
Por
MÚNICH — Cuando los investigadores alemanes comenzaron a trabajar en un nuevo diccionario de latín en la década de 1890, pensaron que podrían terminarlo en 15 o 20 años.
En los 125 años que han transcurrido desde entonces, el Thesaurus Linguae Latinae (TLL) ha atestiguado la caída de un imperio, dos guerras mundiales y la división y reunificación de Alemania. Hasta el momento van en la letra R.
Esto no se debe a que no hayan trabajado. La mayoría de los diccionarios se enfocan en el significado más destacado o más reciente de una palabra; este tiene como objetivo mostrar todas las formas en que alguien la utilizó, desde las primeras inscripciones latinas en el siglo VI a. C. hasta aproximadamente el año 600 d. C. El fundador del diccionario, Eduard Wölfflin, quien falleció en 1908, concibió las entradas del TLL no como definiciones, sino como “biografías” de las palabras.
La primera entrada, para la letra A, se publicó en 1900. Se espera que el TLL llegue a su última palabra —“zythum”, una cerveza egipcia— para 2050. Este proyecto académico de exactitud rigurosa y paso muy lento, ha producido hasta ahora dieciocho volúmenes de páginas enormes con textos pequeñísimos, y es el trabajo colectivo de casi 400 académicos, muchos de los cuales fallecieron hace mucho tiempo. Se saltaron las letras Q y N porque son las letras iniciales de demasiadas palabras difíciles, así que los investigadores tendrán que regresar y trabajar también en ellas.
“Tiene un alcance enorme”, afirmó en un correo electrónico David Butterfield, profesor titular de Letras Clásicas en la Universidad de Cambridge, y añadió que cuando se publicó la primera edición en 1900, “no pasó inadvertido que la palabra que cerraba ese tomo era ‘absurdus’”.
Es un trabajo monumental dirigido a un pequeño grupo de especialistas en lenguas clásicas, para quienes la capacidad de entender todos los usos que se le daban a una palabra no solo es importante para leer literatura, sino también para entender el lenguaje y la historia.
El latín, que alguna vez fue el idioma de un imperio vasto y luego una lengua utilizada extensamente en el mundo espiritual, en la actualidad se habla principalmente dentro de los muros del Vaticano y entre un puñado de amantes del “latín vivo”, quienes incentivan a hablar este idioma como una herramienta formativa.
En Estados Unidos, la enseñanza del latín disminuyó drásticamente en la década de 1970, pero se ha mantenido estable en las últimas décadas. De acuerdo con Sherri Halloran, vocera del Consejo Estadounidense para la Enseñanza de Lenguas Extranjeras, cerca de 210.000 estudiantes de escuelas públicas están aprendiendo este idioma (un poco menos de los que aprenden chino, y una pequeña parte de los 7,3 millones que toman clases de español).
Pero debido a que fue la lengua literaria principal en Europa durante más de mil años, el latín es “la clave de una parte considerable de la historia de la humanidad”, señaló Michael Hillen, el director del proyecto.
Aproximadamente la mitad de las palabras del inglés se derivan directa o indirectamente del latín. (Desde luego, también se utilizan frases íntegras como “quid pro quo”, un tema que ha aparecido en las recientes audiencias relacionadas con el juicio político contra Donald Trump, que significa “un favor por otro”).
El poeta y clasicista A. E. Housman, quien falleció en 1936, solía hablar de “las cuadrillas de presos que trabajaban en el diccionario en el ergástulo (calabozo) en Múnich”, pero el TLL ahora se encuentra alojado en dos pisos soleados de un antiguo palacio. Dieciséis miembros del personal de tiempo completo y algunos lexicógrafos invitados trabajan en oficinas y una biblioteca que contiene ediciones de todos los textos latinos que sobrevivieron desde antes del año 600 d. C. y cerca de diez millones de fichas amarillentas ordenadas en pilas de cajas que llegan hasta el techo.
Estas fichas son el elemento medular del proyecto. Hay un pedazo de papel para cada escrito que sobrevivió desde el periodo clásico. Las palabras están ordenadas cronológicamente dentro de algún contexto: proceden de poesía, prosa, recetas, textos médicos, bromas vulgares, grafitis, inscripciones y cualquier otra cosa que haya superado las vicisitudes de los últimos 2000 años.
Las lecturas de la mayoría de los estudiantes de latín provienen del mismo canon enrarecido y ellos no tienen mucho contacto con la forma en que se usaba el idioma en la vida cotidiana. Pero el TLL insiste en que la persona anónima que insultaba a algún enemigo con un grafiti en un muro de Pompeya tiene tanto valor como testigo del significado de una palabra latina como un poeta o un emperador. (“Phileros spado”, dice una frase irónica, o “Phileros es un eunuco”).
A continuación, un extracto del diccionario cuya producción lleva más de cien años:
Con frecuencia llegan investigadores invitados para analizar palabras específicas; el libro de visitantes fuera de la biblioteca contiene, en letras pálidas, el nombre de Joseph Ratzinger, mejor conocido como el papa Benedicto XVI, quien fue a consultar las cajas de la palabra “populus”, que significa “masas” o “gente”.
También es caro: una versión en línea cuesta 379 dólares al año para un acceso individual. Muchas universidades tienen suscripción, pero para mejorar el acceso, este año, el TLL publicó entradas de la letra P en PDF con acceso gratuito por internet.
El TLL ha sobrevivido a un siglo caótico: una parte importante de su personal falleció en combate al inicio de la Primera Guerra Mundial. Durante la Segunda Guerra Mundial, las fichas fueron trasladadas a un monasterio para protegerlas del bombardeo de Múnich. Como respuesta al temor a la actividad nuclear de la postguerra, fueron copiadas en un microfilm que fue colocado en un búnker que está debajo de la selva negra, donde aún permanece, junto con otras obras importantes a nivel cultural.
Sin embargo, Christian Flow, un profesor adjunto invitado de la Universidad Estatal de Misisipi que escribió una disertación sobre el TLL, señaló que su duración también es su fortaleza. “La ironía es que la intemporalidad del diccionario radica en su incapacidad para terminarse”, afirmó.
Comentarios
Publicar un comentario